El parto (IV): La epidural

01 octubre Jesús 0 comentarios

Alrededor de la 1 de la tarde se llevaron a Sandra para suministrarle la anestesia epidural.

Tardaron un cuarto de hora más o menos, y he de reconocer que se me hizo largo. En ese tiempo, yo solo en la sala de preparto, me dio tiempo a pensar, imaginar, elucubrar y "comerme el coco" en general. "La epidural... ¡esto ya está ahí!... Ahora... ¡Está 'chupao'!" Me decía.

Cuando trajeron a Sandra en la camilla la epidural ya había empezado a hacer efecto. Las contracciones habían dejado de ser dolorosas casi por completo. (En unos minutos sería indoloras totalmente). Y en la cara de Sandra se volvía a dibujar de nuevo una sonrisa de oreja a oreja. Su umbral del dolor había dejado de ser un problema.

Intentaré describir el funcionamiento de la epidural, o al menos, lo que yo observé. Dependiendo de la constitución y el estudio previo hecho por el anestesista, se determina algo así como la 'dosis máxima suministrable' de anestesia. La anestesia se encuentra en un tubo que contiene un 'globo' lleno del líquido en cuestión. Este globo suelta el líquido a el tubo que llega a la vena. Pero en el camino hacia la vena hay otra pieza. Es como una cápsula con una pequeña bolsa de silicona que se llena de anestesia. Es lo que podríamos llamar 'una dosis'. Al apretar un botón de la cápsula, la dosis de la bolsa de silicona se vacía y llega hasta la vía de la espalda.

Así, cuando Sandra notaba que el efecto de la anestesia empezaba a desaparecer, pulsaba y... 'Voilà!' el dolor desaparece.

Al principio le daba un poco de reparo pulsar el botón, pero su sensibilidad a el dolor y el miedo a sufrirlo, pronto hicieron que el pudor inicial se transformara en puro vicio anestésico. En algun momento pensé que se iba a 'enganchar'.

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